martes, 7 de febrero de 2017

Conviértete en escritor/a (parte I)

Imagínate tu momento culminante, tras haber sido galardonado con el premio Planeta. Los focos y las miradas dirigidos hacia tu mesa, el clamor estruendoso de los aplausos que inundan la sala y tú dirigiéndote hacia el escenario. ¡Qué bien vendrá el dinero del premio para unas buenas vacaciones en las Bahamas! Pero... un momento, ¡me dices que todavía no has escrito nada de nada? ¿En serio? ¡Hostias! Habrá que cambiar eso. No te preocupes, aquí te daremos una serie de consejos para que, poco a poco, te abras camino en el ominoso mundo de la escritura y, algún día, quién sabe qué puede suceder... o ganas el Planeta o el premio del barrio, pero seguro que te habrás divertido en el camino.

Antes que nada, habrá que poner algo de orden en nuestras ideas. Porque sí, para escribir tendremos que contar con alguna idea previa sobre qué escribir, ¿no? Ahora piensa, si el arquitecto diseña unos planos antes de construir un edificio; si el bombero cuenta con un plan de actuación predeterminado en caso de incendios; si el abogado bosqueja cuál va a ser la defensa de su acusado... ¿no crees que el escritor no debería ser menos? Sí, había algunos, como Pío Baroja, que defendían el carácter abierto y fragmentario de la novela, no detener la corriente espontánea de la narración, etc., pero creo que nosotros aún no somos como Pío Baroja... Veamos, pues, cuáles son los pasos que requiere escribir una obra:

  1. Objetivo: antes de escribir, plantéate la cuestión: ¿para qué sirve leer y escribir historias? Reflexiona sobre este punto antes de ni siquiera empuñar la pluma, pues esta será tu intención principal a la hora de escribir.
  2. Ejemplos de historias: para escribir bien, viene genial inspirarte en historias ya escritas. Toda la escritura es una copia de una copia de una copia de algo que ya copió alguien. En cada copia, el escritor aportaba algo propio, y a eso, minúsculo, se llama originalidad. Siéntete libre para apropiarte de ideas clave y combinarlas libremente para dar personalidad a tu relato. Para ello, debes primero leer novelas. Una forma de avanzar más rápidamente, es leyendo pequeños relatos de gente anónima o poco conocida, como las que se encuentran en relatos-cortos.es o relatos.pro. Allí te harás una idea de qué estructuras e ideas funcionan y de cuáles no y, de paso, te servirá para darte cuenta de cuán difícil es hacer algo de interés en este mundillo.
  3. Atrévete con el primer paso: piensa en una vivencia personal y busca una idea central. Para ello, haz un mapa mental o escribe una sinopsis. Repara en que todos los escritores escriben sobre sí mismos, sobre sus experiencias con el mundo, con los otros, consigo mismos, que después disfrazan de mejor o peor forma con diversos rostros, personajes, escenarios, etc. No seas tú menos, y sírvete de tu propia vida como fuente principal de inspiración.
Hacer un esquema como el siguiente te puede ayudar bastante para tu propia labor:

EJEMPLOS DE TEMAS
DELIMITACIÓN DEL TEMA
IDEA PRINCIPAL
Viaje a China
El crucero, con flashbacks y reflexiones sobre el futuro
La vida lujosa no es divertida a la larga
Viaje a Grecia
Una tarde, se cancela el viaje en barco porque este ha naufragado
La sensación de poder haber estado en ese barco accidentado te hace valorar mucho más la vida.
Viaje a París
Visita a la estatua de Santa María
¿Necesito la religión?
La vida cotidiana en la ciudad
Cuando me detuvo la policía
Cuando has cometido un pequeño hurto, siempre desconfían de ti aunque seas inocente.
Mi padre y yo
Cuando compramos una antena parabólica
El hijo sabía más que el padre.
Mi abuelo y yo
Un paseo por el bosque con mi abuelo
Cómo mi abuelo me hizo volver a la vida real
Inmigración
Escenas de despedida
¿Me puedo adaptar a otro país?
Mi trabajo de verano
Escena de los campos de tomates donde trabajé con Carlos
Tratar con un inmigrante te hace superar tus prejuicios racistas
Mi hermano adoptivo
Tres fotos de mi hermano de épocas distintas
Un niño inseguro con un pasado infeliz puede encontrar la armonía en un nuevo país


Te planteo, como primer ejercicio, lo siguiente. En primer lugar, responde por escrito al punto 1, la del objetivo. En segundo lugar, te planteo que hagas un esquema del mismo tema del que acabamos de ver (ejemplo de tema-delimitación de tema-idea principal) sobre la historia "Mi padre y yo". En tercer lugar, haz tú tu propio esquema rellenándola con la propia idea que quieres utilizar para hacer tu historia. ¿Crees que puedes explotar una idea parecida a la que sugiere el relato "Mi padre y yo"?

MI PADRE Y YO, de Pär Lagerkvist
(Extraído de Cuentos malvados, 1924)

Recuerdo una tarde soleada, cuando tenía unos diez años, en que fui con mi padre de la mano al bosque para escuchar el canto de los pájaros. Nos habíamos despedido de mi madre, que tenía que quedarse en casa para preparar la cena y no podía venir con nosotros. Cuando salimos de casa, el sol brillaba suavemente y estábamos bastante contentos. Para nosotros, ir a escuchar el canto de los pájaros no suponía un gran acontecimiento, no nos resultaba nada demasiado especial o hermoso. Nosotros, mi padre y yo, éramos gente sana y sensible, pero habíamos crecido cerca de la naturaleza y estábamos acostumbrados a ese canto, así que no nos parecía que fuera tan extraordinario. Como era domingo, mi padre tenía la tarde libre. Nos fuimos caminando por la vía del tren, por donde estaba prohibido ir, pero mi padre trabajaba en la compañía de trenes y tenía permiso para ello, así que podíamos entrar directamente en el bosque sin tener que dar un rodeo. Pronto empezaríamos a escuchar el canto de los pájaros y todo lo demás. En los arbustos, los pinzones, los mosquiteros musicales, los gorriones y los tordos gorjeaban, produciendo ese murmullo, ese canturreo que te rodea cuando entras en el bosque. Una gruesa alfombra de anémonas cubría el suelo, los abedules ya estaban llenos de hojas y los abetos tenían nuevos brotes, los olores lo embargaban todo. Más abajo, el fondo del bosque humeaba debido a la intensidad del sol. Había vida y ruido por todas partes, los abejorros salían de sus agujeros, los mosquitos revoloteaban por las charcas y los pájaros salían volando de entre los arbustos como si fueran balas, los cazaban y luego se escondían de nuevo con la misma rapidez.

De repente, oímos cómo se acercaba un tren silbando y tuvimos que bajar al balasto. Para saludar al conductor del tren, mi padre se llevó dos dedos al sombrero de domingo y el conductor le devolvió el saludo con la mano. Todo rezumaba energía. Seguimos andando por las traviesas de la vía, que sudaban por el ardiente sol. Había olores por todas partes, que variaban de la grasa a la saxígrafa, del alquitrán al brezo. Dábamos pasos largos para andar por encima de las traviesas y no por la grava, que era muy dura y estropeaba los zapatos. Los raíles relucían al sol. A ambos lados de la vía, los postes de teléfono silbaban a nuestro paso. En efecto, era un día muy bonito. El cielo estaba bastante claro, no se veía una nube y, según mi padre, aquel día no iba a aparecer ninguna. Un poco más tarde, vimos un prado con avena al lado derecho de la vía, en el que un campesino al que conocíamos tenía un terreno de chamicera. La avena acababa de brotar fuerte y gruesa. Mi padre la examinó con aires de experto, pero era obvio que solo estaba bromeando. Yo no entendía demasiado de aquellas cosas porque había nacido en la ciudad. Llegamos al puente que pasaba sobre un arroyo que normalmente no llevaba agua, pero ese día corría en abundancia. Nos dimos la mano para no caernos entre las traviesas. Poco después, llegamos a la casita del guardavía, totalmente rodeada de plantas, manzanos y groselleros, le hicimos una visita rápida, nos ofreció leche y nos enseñó sus cerdos, gallinas y sus árboles frutales, que estaban en flor, y luego seguimos caminando. Queríamos llegar al gran arroyo, el lugar más hermoso de todos. Para nosotros, era muy especial porque pasaba por el lugar donde había nacido mi padre. Normalmente, nos dábamos media vuelta hasta que alcanzábamos ese punto, y ese día también llegamos hasta allí, después de una caminata bastante larga. Estaba cerca de la siguiente estación, pero no fuimos hasta allí. Mi padre, que estaba en todo, comprobó que el semáforo estuviese bien colocado. Al llegar al riachuelo, nos detuvimos. El arroyo resonaba alegre bajo un fuerte sol. En las orillas, la frondosa vegetación se inclinaba sobre el agua, reflejándose en ella. Allí todo era luminoso y fresco, nos llegaba la brisa desde unos lagos situados más arriba. Bajamos una pendiente y caminamos durante un rato por la ribera del arroyo. Mi padre me mostró el lugar en el que solía sentarse a pescar con su caña y a esperar todo el día que picase una perca. Muchas veces no encontraba ni rastro de peces, pero para él era un modo de vida fantástico. Sin embargo, ahora ya no tenía tiempo. Estuvimos un rato más deambulando bulliciosamente a orillas del río, tiramos unas cortezas al agua, que la corriente engulló, y también piedrecillas para ver quién conseguía lanzarlas más lejos. Mi padre y yo éramos felices y nos divertíamos. Finalmente nos cansamos, llegamos a la conclusión de que ya habíamos tenido bastante y regresamos a casa.

Estaba anocheciendo. El bosque había cambiado, aún no estaba oscuro, pero faltaba poco. Nos dimos prisa. Mamá empezaría a preocuparse y, probablemente, nos debía estar esperando para cenar. Casi siempre se preocupaba y empezaba a pensar que nos había pasado algo, aunque nunca ocurría nada extraño. Habíamos pasado un día estupendo y no había sucedido nada. Estábamos muy contentos. Cada vez estaba más oscuro. Los árboles me parecían extraños. Escuchaba cada uno de nuestros pasos como si no nos conocieran. Vimos una luciérnaga bajo un árbol. Nos miraba desde la oscuridad. Le cogí la mano a mi padre, pero él no se percató de la extraña luz y siguió caminando. La oscuridad era absoluta. Llegamos al puente sobre el riachuelo. Abajo, desde las profundidades, subía un ruido terrible, como si quisiera devorarnos. Bajos nosotros se abría un abismo. Caminamos con cuidado por las traviesas. Nos cogíamos de la mano desesperadamente para no caernos. Creí que mi padre me llevaría, pero no dijo nada. Probablemente, quería que actuase como él, que no me preocupara. Mi padre andaba medio en calma en medio de la oscuridad, con pasos firmes y sin decir nada, sumido en sus propios pensamientos. Yo no entendía cómo podía estar tan tranquilo en aquellas tinieblas. Todo estaba muy oscuro. Casi ni me atrevía a respirar para no llenarme de oscuridad, eso podría eser muy peligroso, pensaba, podría morir pronto. Recuerdo perfectamente lo que estaba pensando en aquel momento. El balasto era muy empinado y bajaba como si fuéramos hacia un abismo oscuro como la boca del lobo. Los postes de teléfono se dibujaban en el cielo como si fueran fantasmas. Se oía un rugido sordo, como si alguien estuviera hablando desde lo más profundo de la tierra y parecía como si los sombreros blancos de porcelana se inclinasen para escuchar el ruido. Todo era horroroso. Nada iba bien, no había nada real, todo era extraño y horrible. Me acerqué a mi padre y le susurré:

—Papá, ¿por qué todo es tan horrible cuando oscurece?
—No, hijo, no es horrible— me respondió y me dio la mano.
—Sí lo es, papá—
—No, hijo, no debes pensar así. Sabemos que Dios existe, ¿verdad?—

Me sentía tan solo y abandonado. Era muy extraño que yo fuera el único asustado y que mi padre no lo estuviera, que no sintiéramos lo mismo. Y también era muy extraño que sus palabras no me ayudaran a perder el miedo. Ni siquiera lo que dijo sobre Dios me ayudó. Pensé que Él también era horrible. Era espantoso que estuviera ahí, en cada uno de los rincones de la oscuridad, bajo los árboles, en los postes de teléfono que rugían; probablemente, estaba en todas partes. Y nunca se le podía ver.

Caminamos en silencio. Estábamos inmersos en nuestros pensamientos. Mi corazón se encogía cada vez como si la oscuridad lo hubiera invadido y lo empezara a exprimir.


Entonces llegamos a una curva y, de repente, oímos un ruido terrible a nuestras espaldas. El susto nos despertó de nuestros pensamientos. Mi padre me hizo bajar al alabastro y nos quedamos allí. El tren pasó a toda velocidad. ¿Qué tren era ese? ¡A esas horas no tenía que pasar ningún tren! Lo miramos preocupados. La enorme locomotora de carbón echaba fuego y las chispas saltaban furiosas en medio de la noche. Era espantoso. El conductor estaba allí, pálido, inerte, como si estuviera petrificado, iluminado por el fuego. Mi padre no le reconoció, no sabía quién era aquel hombre que solo miraba hacia delante, como si fuera a entrar en la oscuridad, a llegar hasta lo más hondo de la oscuridad, que no tenía fin.

Muy alterado, jadeando de angustia, me quedé allí parado mirando aquella terrible escena. La noche lo engulló. Cogimos el camino y nos fuimos corriendo a casa. Me dijo: "¡Qué extraño! ¿Qué tren era ese? No he reconocido al conductor". Después, siguió andando en silencio.



Pero todo mi cuerpo estaba estremecido. Había venido a por mí. Imaginé lo que significaba, era la agonía, algo desconocido y poco familiar, sobre lo que mi padre no sabía nada en absoluto y de lo que no me podía proteger. Mi mundo y mi vida serían así, no como el mundo de mi padre, en el que todo era seguro y certero. No era un mundo real ni una vida real. Simplemente, se lanzó directo hacia la inmensa oscuridad, que no tenía fin.

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