domingo, 27 de noviembre de 2016

Guía de lectura de La Celestina






Las luchas presentes en La Celestina

La Tragicomedia de Calisto y Melibea (1502), más popularmente conocida como La Celestina, es una obra escrita por Fernando de Rojas. En este texto se comentarán algunas claves interpretativas, principalmente enfocadas en su trama.

El prólogo de la tragicomedia se abre con una cita del filósofo Heráclito, que se traduce literalmente como "Todas las cosas nacen de la lucha". Puesto que no parece ser La Celestina una obra que aborde como tema la guerra ni ningún otro conflicto bélico, surge la pregunta al respecto de cómo debe entenderse esta referencia de la que se sirve el autor. Si bien, en primera instancia, puede decirse que la cita alude a las tensiones propias que en el decurso de la vida surgen a partir de los diferentes intereses de cada persona (y es esta una interpretación claramente aplicable a esta obra), enseguida se percibe que la aplicación de la cita puede entenderse en un sentido más amplio. Tanto en la constitución como en la trama de La Celestina, hay una serie de tensiones cuya resolución da como resultado un trágico desenlace. Concretamente me refiero a tensiones perceptibles en la novela, como la que se halla entre el deber y el deseo. El deber, por un lado, de respetar las convenciones establecidas, el deber de respetar los dictados de Dios y la religión católica, que obligaría, por ejemplo, a Melibea, a conservar su honra y respetar a sus padres, manteniéndose pura hasta el matrimonio con un muchacho de su mismo (o superior) estatus social y bienes materiales dentro de la nobleza; por otro lado, está la tentación de sucumbir al deseo carnal y seguir los dictámenes de la voluntad propia de cada uno. Tensiones que se muestran también, por ejemplo, en la contraposición entre dependencia y libertad: dependencia, la de los siervos, Sempronio y Pármeno (y, en mucha menor medida, Tristán y Sosia más avanzada la trama) que, si bien están obligados por su condición a servir a Calisto, ansían alcanzar una posición económica que les permita conseguir su libertad. Son estas tensiones presentes en la obra entre otras que podrían mencionarse (vejez vs. juventud; inocencia vs. astucia, etc.)

Las tensiones citadas cuentan con un correlato incluso en el estilo y las referencias de las que se sirve Rojas en la obra. Por una parte, hay en la obra una tendencia hacia la erudición: esta se refleja en la riqueza en la expresión de cada uno de los personajes, haciendo gala de un nivel culto incluso en el caso de los siervos (los siervos por aquel entonces no recibían formación, por lo que difícilmente podrían haber alcanzado dicho nivel). Esta erudición se manifiesta también en la referencia a autores prestigiosos del mundo clásico (Séneca, Virgilio, Homero, etc.); por otro lado, hay una inclinación hacia lo popular en la misma obra: junto con las referencias a dichos autores clásicos, se halla también apelaciones constantes a refranes y dichos populares, unida a una sabiduría popular que se muestra en los posibles remedios a las enfermedades o en la propia sabiduría "de la calle" de La Celestina. 

Incluso es posible trasladar esa tensión a la propia constitución de la obra. La Celestina es, propiamente hablando, el producto de dos autores diferentes. Fernando de Rojas relata que continuó una obra que había hallado ya empezada. Aunque este autor hizo un esfuerzo palpable por respetar el estilo y la forma del anónimo autor original, hay pequeños detalles que desvelan las pequeñas incongruencias (como, por ejemplo, el hecho de que el acto I se incline hacia citas de Séneca y los siguientes prefieran a otros autores, como Petrarca). 

En cuanto al género, la tensión se traduce en parecer aparentemente una obra dramática (obra de teatro), pues está dividida en actos y cada personaje cuenta de forma marcada con una contribución propia a la obra. Además, no existe propiamente narrador, sino tan solo algunas indicaciones genéricas sobre el marco espaciotemporal al comienzo de cada acto. No obstante, dada la longitud en las intervenciones de cada personaje, sería una obra difícilmente memorizable para actores reales, además de no seguir los cánones del género. Por ello, hay quien prefiere considerarla como una novela dialogada, pensada para ser recitada leyéndose. 

Por último, si bien la Celestina contiene probablemente más de tragedia que de comedia, como puede comprobarse a partir del final que se le reserva a muchos de sus personajes, también tiene un punto de comedia que se justifica en situaciones como el patetismo ridículo que exhibe Calisto estando enamorado de Melibea (componiendo rimas risibles, haciendo tocar el laúd con canciones que casi dan vergüenza ajena o mostrando en público y casi sin reparo un comportamiento caótico e irracional que provoca gracia) o los comentarios jocosos reservados al acto sexual. Por tanto, la última tensión hallable es la que estriba en la contraposición entre tragedia y comedia.


Tema, estructura y claves de interpretación de La Celestina 

La estructura de la obra no está tan marcada como en las obras teatrales que siguen los cánones del género. En el acto I se introduce el planteamiento de la obra (la enloquecida pasión que Calisto siente hacia Melibea). Desde el acto II al XVIII se sitúa el planteamiento, aunque existe una escisión clara en la obra en el acto XII, con la muerte de la Celestina, Areúsa se convierte en una suerte de sucesora de la alcahueta, mientras que Sosia y Tristán hacen lo propio, ocupando el lugar dejado por Sempronio y Pármeno. El desenlace, por su parte, se desencadena con la muerte de Calisto en el acto XIX. 

El tema principal, aunque no único, de La Celestina es la incontenible fuerza desbordante de la pasión amorosa. El amor, en la obra, se concibe como una enfermedad, por lo que, como estas, necesita curas, cuidados y remedios. Dicha enfermedad tendría mucho que ver con la locura, es vista como una "inflamación del cerebro" y en altas dosis puede llevar a actos trágicos como la pérdida de la honra, la muerte o el suicidio. 

En la obra, los personajes, especialmente Calisto, reproducen algunas de las características propias del amor cortés, donde el enamorado idealiza a la amada, casi la eleva a la categoría de diosa que necesita ser adorada y servida y constituye, por tanto, un amor sincero y puro —es decir, no mezclado con necesidades mundanales como la del acto sexual—. Por ello, se suele decir que Calisto, aunque recrea intencionadamente en los primeros actos algunas de las características del amor cortes, realmente realiza una parodia de esas características. Si realmente Calisto hubiese creído en el amor cortés, habría respetado a Melibea y su necesidad de respetar a sus padres conservando su honra (virginidad) hasta el matrimonio (no obstante, es necesario especular también con la idea de que Calisto, al considerarse a sí mismo perteneciente a un escalafón inferior dentro de la nobleza, como se atestigua en la obra, quizá temiera que ese matrimonio no era posible). El caso es que Calisto parece utilizar el amor cortés como un disfraz con el cual satisfacer lo más rápidamente posible su apremiante deseo carnal. Asimismo, el propio Calisto, actuando de tal modo, olvida sus obligaciones como caballero y mancha no solo la reputación de Melibea, sino la suya propia.


Un recurso recurrente en la obra es la apelación a la magia, cuyas posibilidades, efectos y poderes eran creídos a pies juntillas en la época (perspectiva emic), aunque desde nuestra visión (etic) nos parezcan meras supersticiones. Concretamente, la propia Celestina realiza un conjuro con varios potingues e ingredientes de dudosa procedencia (a partir de conocimientos de brujería que constituían una "ciencia" propia) para conseguir el favor de Satanás y tener más facilidad para convencer a Melibea de las bondades de Calisto como hombre. Si bien es cierto que los acontecimientos marchan bien para los intereses de la Celestina y Calisto en el primer encuentro de esta última con Melibea, lo cierto es que Melibea ya parecía ser bastante proclive a conocer a Calisto, como confiesa posteriormente en la obra cuando se encuentra con este. Probablemente la represión de los sentimientos a las que estaban sometidas las mujeres en la época, las cuales tenían que darse a valor y fingir repudio o rechazo a los posibles pretendientes incluso si les resultaban atractivos, tuvo que ver con el comportamiento adoptado al principio por Melibea.

Abórdese el asunto de las interpretaciones de La Celestina. Aunque el título la mencione como "tragicomedia", es fácil percatarse de que la obra tiene mucho más de tragedia que de comedia, lo cual es algo claro y meridiano si se tiene presente el final de la historia. En el planto elaborado por Pleberio, padre de Melibea, en el acto XXI, este culpa de la tragedia que supuso el suicidio de su hija al Amor. Concretamente, Pleberio, al haberse casado con su esposa Alisa a la edad de cuarenta años, creyó haberse librado de los riesgos del Amor al haber evitado el compromiso en la juventud, por lo que interpreta la muerte de su hija como una venganza definitiva que el Amor le tenía destinado a través de Melibea. Aunque claramente el amor juega un papel cumbre en el desarrollo de la obra, puede verse a esta como un instrumento al servicio de la Fortuna, que sería la fuerza sobrenatural última de la que depende el curso de los acontecimientos. La Fortuna, fuerza ciega, irracional, indómita e incomprensible, cambiaría de signo de forma imprevisible, sin someterse a cualquier tipo de entendimiento. Por ello, es frecuentemente representada como una rueda en movimiento. Fue el cambio constante de la Fortuna, por ejemplo, lo que hizo caer en la enfermedad del amor a Calisto, recrearse en su desgracia de no poder alcanzar a Melibea, la que hizo, a su vez, que todo cambiara súbitamente con la aceptación de Melibea y la dicha de sus encuentros amorosos y, por último, mutó de nuevo drásticamente propiciando su accidentada muerte. 

Dado que La Celestina se sitúa a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, es posible también seguir otra línea de interpretación a partir de los parámetros de la primera, es decir, de las creencias religiosas propias del Medievo. La Fortuna de la que se ha hablado antes sería un instrumento tutelado, en último término, por la Providencia cristiana. Así, el trágico final que encuentran los cinco personajes que mueren a lo largo de la obra sería el justo resultado que encuentran, a modo de castigo ejemplar, ante comportamientos pecaminosos como la avaricia, la codicia, el egoísmo o la lujuria. En suma, siguiendo esta interpretación, los personajes mueren porque se lo merecen a ojos de Dios debido a sus pecados. 


Sobre los personajes

Si bien no se van a tratar en profundidad los rasgos psicológicos de los personajes, no puede evitarse mencionar a una de las protagonistas indiscutibles de la tragicomedia, la Celestina. Esta es una anciana (aunque se menciona que cuenta con sesenta años, véase por tanto las distintas concepciones que en la época se tenía sobre la edad, siendo también una muchacha mujer a partir de los 12 o 13 años), una anciana, se decía, astuta, vivaracha, perspicaz, con una capacidad importante para comprender las motivaciones humanas que quedan ocultas por la obligación de seguir una conducta decorosa (como el ansia de un siervo de ser libre de su amo o las ganas de fornicio de una muchacha tras su apariencia modosa). La Celestina es una mujer de la calle, que viene de vuelta de todo y cuenta con mil artes para convencer a los demás y volverlos afines a sus intereses. Es una mujer con un punto de ruindad, pues hacer prevalecer siempre sus intereses en la medida de lo posible, consiguiendo además con sus dotes retóricas para las lisonjas y sus afectadas disculpas, entre otras, así como a través de su sabiduría callejera, quedar bien ante sus interlocutores. Queda bien claro, por ejemplo, en su forma de persuadir a Pármeno, otrora servil siervo, haciéndole partícipe de su interés de extraer la mayor cantidad posible de bienes y dinero a Calisto, inventándose en el momento, tras ser informada por Pármeno de que habían sido vecinos en el pasado y amiga ella de su madre, que los padres de Pármeno le habían asignado la tarea de tutelarlo y reservarle una cuantiosa herencia.

La Celestina ejerce mil oficios: prostituta, alcahueta, bruja, curandera, comerciante, etc., siendo probablemente el principal el de matrona (madame), regentando un discreto prostíbulo que había sido apartado a las afueras de la ciudad (ciudad que, de acuerdo al testimonio de Melibea, al final de la obra, en la que pretende subir a la torre para ver a los navíos transitar por el río, podría ser Sevilla, aunque este honor es disputado por Salamanca y Toledo). 

Aunque es un personaje con bastantes sombras, también es posible encontrar virtudes en la Celestina, concretamente su carácter laborioso y que parece creer sinceramente en la dignidad de su trabajo. Estas pueden ser características con las que la despierta muchacha Areúsa, de 15 años, parece verse deslumbrada, continuando con la regencia de esa casa de mujeres públicas a la muerte de la Celestina. 


Conclusiones

La Celestina es una obra en la que resaltan las consecuencias del intento de consecución egoísta de los propios deseos: los peligros de la alocada enfermedad del amor, que hace romper con el respeto a los padres y a la tradición; los peligros de quedar preso de las malas artes de una alcahueta; los peligros a los que lleva la ambición y codicia de unos siervos que se sienten injuriados y mal remunerados, etc. 

En dicho peligro, la interpretación juega entre la clave moral propia del cristianismo y la Edad Media, donde el final refleja el castigo a la pecaminosa conducta de los personajes, junto con una interpretación más humanista, que se ve reflejada en la libertad con la que el autor trata asuntos claramente no medievales como el hedonismo, el individualismo de los personajes o el ansia de libertad por encima de las consignas sociales. 

La Celestina constituye, pues, un clásico de la literatura española que, por lo universal de sus temas y la riqueza de su prosa (probablemente sobrecargada y demasiado conceptista), parece resistir el paso del tiempo.










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