El modelo del código no puede ser correcto desde el momento en que constatamos, entre otros fenómenos, que:
1) Puede
existir comunicación sin código previo compartido: así ocurre cuando se
logra la comunicación mediante ostensiones no codificadas que modifican el
entorno del receptor (oyente), captando este la intención con la cual el emisor
(hablante) modificó dicho entorno. P. ej.: A guiña el ojo a B (no existe código
previo que relacione el significante “guiñar el ojo” con algún significado
concreto. Esto se ve en que guiñar el ojo no implica lo mismo si lo hace un
amigo a otro, un chico a una chica o un abuelo a un nieto); un viandante hace
gestos con el brazo dirigidos a un conductor de autobús (el conductor puede inferir que el viandante desea que
detenga el autobús, pero no existe un código que relacione el significante “gestos
con el brazo” con el significado de detener el autobús, del mismo modo que el
significante /kása/ tiene como significado el concepto de casa.
2) La
decodificación correcta de un mensaje codificado no siempre da cuenta de lo que
el emisor (hablante) quiere decir con ese mensaje: si el modelo del código
fuera correcto, cada vez que se da un fenómeno pragmático como la ironía o la
activación de implicaturas, se tendría que considerar que el receptor (oyente)
interpretó exitosamente el mensaje si se detuviese en la interpretación de su
significado literal, pero esto es perentoriamente falso. Así, por ejemplo:
A: ¿Te gusta conducir un Ferrari?
B: No me gusta conducir coches caros.
Donde se
entiende que con la emisión de B, este quería decir no que no le gustara
conducir coches caros, sino concretamente daba una respuesta (indirecta) a A:
no desea conducir un Ferrari.
A: ¿Puedo comerme tu bocadillo?
B: Sí, este y tres más.
En este
intercambio conversacional, la respuesta de B indica de forma irónica que no
está dispuesto, ni de lejos, a permitir que A coma su bocadillo. Pero si el
modelo del código fuera correcto, entonces se consideraría que A entendió el
mensaje de B si este interpretase lo que dice literalmente, a saber: que puede
comerse ese bocadillo y tres más. Necesitamos inferir a partir del significado literal lo que realmente quiso
decir el emisor con ese mensaje.
3) Las
inferencias están contenidas incluso en el acto de decodificar un mensaje:
existe un salto entre la representación semántica de una oración y los mensajes que son realmente comunicados
por proferir el enunciado. Por ejemplo: si leo en un libro de salud y cuidados
para ancianos el siguiente enunciado: “Los huevos deben ser cocinados
propiamente y, si hay personas mayores en la casa, deben ser cocidos”. Por
nuestro conocimiento enciclopédico del mundo, sabemos que deben ser cocidos los
huevos y no las personas mayores. Pero el punto es que el código no determina
que no sean las personas mayores las que deban ser cocidas, necesitamos inferirlo.
En los tres casos señalados, hay
un término resaltado en negrita: inferir
(de inferencia). Pero, ¿qué es la
inferencia? Veámoslo según el Diccionario
de lingüística moderna:
(1) Se llama inferencia al
proceso mental por el que dos participantes en una conversación evalúan las
intenciones de los demás, en las que basan sus respuestas. Sperber y Wilson
(1986a: 68) definen la ‘inferencia’ como el proceso por el que una suposición
es aceptada como verdadera o probablemente verdadera, según la fuerza de la
verdad o de la probable verdad de otras suposiciones; en su análisis se
decantan por la inferencia no demostrativa, ya que no hay ningún modelo que
explique las operaciones cognitivas de la mente que desembocan en una
‘inferencia’ correcta. En la inferencia demostrativa la verdad de
las premisas garantiza la verdad de las conclusiones; en la inferencia
no demostrativa (cf certidumbre), la verdad de las
premisas sólo hace que la verdad de las conclusiones sea probable.
(2) También se
llama inferencia a la información deducida en un intercambio
de expresiones lingüísticas o conversación. Además del significado denotativo,
cualquier enunciado puede transportar connotaciones y, sobre todo, información
adicional generada por el contexto en el que se produzca el enunciado, esto es
‘inferencias’. Por ejemplo, el enunciado “¡Qué calor hace!” puede ser
interpretado por un interlocutor que se encuentre cerca de una ventana como
“Por favor, abre la ventana”.
En la comunicación
hay dos clases de significados, los denotativos o referenciales, aparte de las
connotaciones, y los inferenciales. Las implicaturas son ‘inferencias’
contextuales.» [Alcaraz Varó, Enrique /
Martínez Linares, María Antonia: Diccionario de lingüística moderna. Barcelona:
Editorial Ariel, 1997, p. 300-301]
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