Existen modelos de la
comunicación alternativos al modelo del código que procuran, de forma más o
menos fehaciente, superar sus deficiencias y, por consiguiente, ofrecer una
imagen de cómo funciona la comunicación más precisa. Dos de estos modelos,
históricamente emparentados, son el modelo (neo)griceano y el modelo
relevantista. En primer lugar, se presentará el modelo griceano en su versión
clásica, tal como se expone en la obra Studies
in the Way of Words, obra del filósofo y lingüista británico Paul Grice.
La teoría de Grice surgió como un
intento de paliar las limitaciones de teorías basadas estrictamente en la
semántica (limitaciones similares a las que sufre el modelo del código). Por
ejemplo:
A: ¿Qué hora es?
B: El cartero ya ha pasado.
La cuestión es que una teoría
estrictamente basada en la semántica o una teoría que intente explicar la
comunicación a partir de la codificación y decodificación de mensajes no puede
explicar cómo la respuesta de B, a pesar de no responder literalmente la
pregunta de A, puede interpretarse, empero, como una respuesta de A.
Hubo teorías que concedían al significado
de los enunciados unos contenidos imprecisos: en que cada contexto (situación en nuestro libro de texto), el
significado del enunciado variaría considerablemente. Grice, no obstante, optó
por otra solución diferente. Prefirió considerar que los significados (pertenecientes
al código lingüístico) eran simples, estables y unitarios (es decir, no varían
sustancialmente en cada contexto), siendo su cobertura pragmática (esto es, lo
que se interpreta en la enunciación de cada contexto) lo que era inestable y específico
de cada acto comunicativo. Para ello, Grice distinguió entre lo que se dice y lo que se implica (también llamado implicatura).
· LO QUE SE DICE: significado de un enunciado en
una situación específica según criterios convencionales. En nuestro ejemplo
anterior, lo que dice B es “el cartero ya ha pasado”.
·
LO QUE SE IMPLICA: lo que comunica el emisor con
vistas al propósito comunicativo de los participantes, i.e. lo que pretende
comunicar el emisor con su enunciado. En nuestro ejemplo anterior, lo que
implica B es “Deben de ser más de la doce” (porque A y B saben que el cartero
siempre pasa a las 12 por el barrio).
Grice integra esta distinción
entre LO QUE SE DICE y LO QUE SE IMPLICA
en una determinada visión de la comunicación. Recuérdese que la visión de la
comunicación en el modelo del código consiste en un emisor que codifica una
idea de su pensamiento, la emite mediante el canal (físico), el receptor
percibe ese mensaje codificado y, por compartir emisor y receptor un mismo
conocimiento del código, dicho receptor consigue decodificar el mensaje y
reproducir en su mente un mensaje que es similar, pero normalmente no idéntico
(aunque sí en teoría), al del emisor. En cambio, el modelo de Grice concibe la
comunicación dentro de un enfoque más holista. La comunicación sería una de las
múltiples formas de interactuar de los seres humanos. Concretamente, es una
interacción que persigue conseguir un objetivo o propósito y, dado que hablante
(emisor) y oyente (receptor) son agentes racionales, las acciones (emisiones
lingüísticas) que se realizan son racionales (es decir, son el mejor modo para
realizar el objetivo planteado). Hablante y oyente cooperan racionalmente para
lograr ese propósito fijado.
La forma en la que un enunciado se
interpreta de forma diferente a lo que dictamina el contenido que se dice literalmente está guiada por
el cumplimiento de tres condiciones necesarias y suficientes. Explícitamente,
siendo H el hablante, O el oyente, p lo que se dice y q lo
que se implica, cuando H dice que p, implica conversacionalmente q si y solo si:
(1) Se
supone que H está observando las
máximas o, por lo menos, en el caso de las burlas, el principio de cooperación;
(2) Con
el fin de mantener el supuesto (1), hay que suponer que H piensa q;
(3) H piensa que tanto H como O saben que O puede interpretar que para que se
preserve el supuesto (1), q es, de
hecho, necesario (es decir, el hablante piensa que él y el oyente saben que
ambos cooperan y, como ambos saben esto, el hablante confía en que el oyente
sea lo suficientemente listo como para darse cuenta de que no puede querer
decir solo p, sino que es necesario
que esté dando a entender otra cosa, concretamente q).
Concretamente, (1) marca dos
caminos, a saber: o el hablante observa (sigue) todas las máximas (y, por
tanto, coopera con el oyente) o no sigue todas las máximas pero al menos sí
coopera. Estos dos caminos determinan dos formas diferentes de poder
interpretar un enunciado. Pero antes, debemos saber qué es el principio de
cooperación y cuáles son exactamente las máximas.
El principio de cooperación se
sigue de forma espontánea siempre que dos agentes racionales persiguen un
objetivo o fin común y se ayudan mutuamente.
El principio de cooperación se
enuncia literalmente tal como sigue: “Haga su contribución (comunicativa) tal
como se requiere, en la situación que tiene lugar, a través del propósito
aceptado en el intercambio hablado en el que está comprometido”.
Las máximas son concreciones del
principio de cooperación que igualmente subyacen al uso cooperativo del
lenguaje. Especifican el contenido genérico del principio de cooperación. Son
cuatro:
·
CALIDAD: trate que su contribución sea
verdadera, específicamente:
o
(i) No diga lo que crea que es falso.
o
(ii) No diga algo de lo cual carezca de pruebas
adecuadas.
·
CANTIDAD:
o
(i) Haga su contribución tan informativa como
exige el propósito actual del intercambio (comunicativo).
o
(ii) No haga su contribución más informativa de
lo requerido.
·
RELACIÓN:
o
Haga contribuciones pertinentes.
·
MANERA: sea perspicuo (claro), específicamente:
o
(i) Evite
la oscuridad en la expresión.
o
(ii) Evite la ambigüedad.
o
(iii) Sea breve.
o
(iv) Sea metódico.
Se decía anteriormente que la
condición (1) abría dos caminos:
(a) O el hablante seguía todas
las máximas y, obviamente, coopera o
(b) el hablante coopera pero no
puede seguir todas las máximas.
En el primer caso, (a), el
hablante observa las máximas de modo directo y puede confiar en que el oyente
amplifique lo que él dice por medio de algunas inferencias basadas en el
supuesto de que el hablante sigue las máximas. Por ejemplo:
A: ¡Cómo me encantaría beber
agua!
B: Hay una fuente justo al girar
la calle.
El enunciado de B se entiende
como un lugar donde poder beber agua (aunque nótese que B NO dice literalmente
esto, sino que se INFIERE a partir de lo que dice). No sería plenamente
cooperativo si la fuente estuviera estropeada o destrozada (siempre que B fuese
consciente de su estado, obviamente).
En el segundo caso, (b), el
hablante coopera pero no puede seguir todas las máximas. En este caso, el
hablante burla las máximas DE FORMA DELIBERADA Y OSTENTOSA. Por ejemplo:
A: Compremos algo a los niños.
B: De acuerdo, pero no
C-A-R-A-M-E-L-O-S.
B, deletreando la palabra “caramelos”,
infringe deliberadamente la máxima de manera, transmitiendo así que preferiría
que no se mencionara directamente nada sobre caramelos.
Es importante la cláusula de que
la burla o incumplimiento de la máxima sea deliberada y ostentosa (i.e., que
permita al oyente darse cuenta de que el hablante desea que el oyente perciba
que se está incumpliendo tal o cual máxima), porque esto diferencia genuinos
casos de cooperación con otros en los cuales el hablante viola una máxima
porque NO coopera. Por ejemplo:
A: ¿María tiene novia?
B: Sí, lleva tres meses con Juan
(pero B sabe que María está soltera y pretende mentir a A sin que este lo sepa).
En este caso, B infringe la
máxima de calidad, pero NO lo hace de forma deliberada y ostentosa,
precisamente porque NO desea cooperar con A.
En general, si bien Grice
considera que la comunicación supone un acto de cooperación entre agentes
racionales, esto no supone, como él mismo asevera, que toda comunicación
suponga cooperación. A veces, a uno (o a los dos) interlocutores les interesa
NO cooperar y, por tanto, infringen reiteradamente una o varias máximas, SIN
cooperar. Por ejemplo,
A es agente de policía e
interroga a B sobre el asesinato de una persona. Así:
A: ¿Estuvo usted en la playa
donde se produjo el asesinato de María Jiménez la noche del 25 de agosto?
B: No. (B sí estuvo y lo sabe,
pero no le interesa cooperar con A, por tanto, no sigue el principio de
cooperación).